Nikola Benin, Ph.D
Estas palabras que pertenecen a un presbítero de la Abadía de Silos en 1039, bien pudiera haberlas pronunciado Jean Mielot en el siglo XV, al que aquí vemos inmortalizado gracias a su coetáneo miniaturista Jean le Tavernier. Postrado sobre su escritorio se afana en terminar lo que imaginemos sea una de las últimas copias de un manuscrito de la historia, la imprenta ha nacido hace apenas unos años y en breve jubilará su tarea, la tarea del que escribe es alimento espiritual para el que lo lee; a uno le destroza el cuerpo al otro le enriquece su espíritu, apuntaba el monje Florencio de Valeránica en el siglo X.
Escribas, copistas, amanuenses, que venían desarrollando su trabajo desde la antigüedad, tienen su eclosión en Europa durante el medievo vinculados en origen a los scriptorium monásticos. Este oficio se extenderá en la Baja Edad Media a otras clientelas, la nobleza que reclama un nuevo estatus cultural. Como el caso de Mielot, que desde 1448 es escriba, iluminador y traductor al servicio de Felipe el Bueno, el gran duque de Borgoña. En esta miniatura está acompañado por sus humildes herramientas, una pluma de ganso en su mano derecha para escribir y el raspador en la izquierda, con el que se afilaba la pluma o se corregía directamente sobre la vitela. Jean Mielot produciría una copia única e irrepetible, su labor le llevaría meses y en ella participarían más manos: iluminadores, encuadernadores….El resultado final es una joya de un valor incalculable que sólo se podía permitir la iglesia y ciertas elites.
Si hubo una revolución en la historia esa fue la de la imprenta, nacida a mediados del siglo XV supondrá un cambio en la concepción del conocimiento y su difusión. El manido tópico cervantino que ponía en boca del Quijote la afamada: Cosas veredes amigo Sancho que non crederes, si bien es cierto que dicha sentencia nunca fue pronunciada por el caballero de la triste figura, no es menos cierto que sirve para definir el invento de Gutenberg, que encumbró al ingenioso hidalgo y cambio el libro para siempre. Pero este invento empequeñecería de asombro ante los cambios producidos por el mundo digital. El archivero de la fotografía que maneja un escáner de última generación, es el nuevo copista capaz de legarnos en apenas instantes, desde la concepción del tiempo medieval, un copia fidedigna del original y además enriquecida con recursos varios.
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