Publicado: Nikola Benin, PhD
AMANECER EN VALENCIA
Estas rachas de marzo, en los desvanes
--hacia la mar-- del tiempo; la paloma
de pluma tornasol, los tulipanes
gigantes del jardín, y el sol que asoma,
bola de fuego entre dorada bruma,
a iluminar la tierra valentina...
¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,
y velas blancas en la mar latina!
Valencia de fecundas primaveras,
de floridas almunias y arrozales,
feliz quiero cantarte, como eras,
domando a un ancho río en tus canales,
al dios marino con tus albuferas,
al centauro de amor con tus rosales
Los fantasmas de Villa Amparo, la casa en la que vivió el poeta silencioso
Escribía hasta altas horas de la madrugada. A veces hasta contemplaba el amanecer. Así nació de hecho el poema que dedicó a Valencia, mientras veía salir el sol por la huerta desde la torre de aquella casa. Fueron sólo quinces meses, entre diciembre de 1936 y marzo de 1938, pero fue feliz. Posiblemente, la etapa más dichosa de los últimos años de su vida. La última vez en la que se le vio alegrarse.
En esos años Antonio Machado era poco menos que un alma pena, atormentado por la Guerra Civil, por la sublevación fascista, porque su hermano Manuel estaba con los otros, los sublevados. Aquella casa, aquel lugar fue un consuelo para él. Estaba en una especie de paraíso, rodeado de sus sobrinas, a una de las cuales el poeta valenciano Vicent Andrés Estellés, entonces un zagal de Burjassot, perseguía con ánimo rijoso como recordaba Joaquim Escrig en un artículo.
La estancia misma del poeta sevillano en la entonces pequeña localidad de Rocafort (entonces en torno a 1.000 habitantes, ahora más de 6.000) se había soslayado hasta hace bien poco. Era un tiempo olvidado, pese a que de él existían algunos testimonios directos, como el de su hermano José Machado en Últimas soledades de Antonio Machado.
Como quiera que la mayor parte de su actividad pública había tenido lugar en Valencia (participación en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, mítines, homenaje a Federico García Lorca...), se le vinculaba sólo a esta ciudad. Se decía que se trasladó a Valencia en 1936 y de ahí no se salía. Pero en realidad Machado estuvo en Rocafort. Si su fantasma tuviera que pasear por algún sitio sería por Villa Amparo.
El paso de los años los ha ido engrandeciendo los quince meses que allí vivió. Hoy, en perspectiva, son observados con curiosidad porque renueven la visión que se tenía de Antonio Machado y de los últimos años de su existencia. Le consolaron, le empujaron y le ayudaron a su último impulso creativo.
De la fecundidad de aquellos meses da fe su hermano José en el libro antes citado, Últimas soledades de Antonio Machado: "Se quedaba todas las noches ante su mesa de trabajo, rodeado de libros. Metido en su gabán, desafiaba el frío escribiendo hasta primeras horas del amanecer, en que abría el gran ventanal para ver la salida del sol o, en otras ocasiones, y a pesar de estar cada día menos ágil, subir a lo alto de la torre para verlo despertar, allí lejos, sobre el horizonte del mar".
La aparente tranquilidad que se respira hoy en el interior de Villa Amparo hace que se vislumbre la que vivió en su día el poeta. Tanto que apenas hablaba. En una ocasión, una de las criadas que aún estaban en la casa, Francisca Castellano, le hizo ver que era muy silencioso. "Ustedes no hablan casi nada", le dijo a Machado. Y éste le replicó: "Los poetas hablan poco; si no, no escribirían". Y él escribía mucho. En la habitación donde dormía, en la Torre... Aquella fue su época más prolífica. En dos años, 1937 y 1938, publicó más de un centenar de escritos, casi tantos como en toda su vida anterior.
Machado se sentía feliz pero incómodo, ya que estaba de prestado. La casa en la que se hallaba había sido incautada a una familia de Valencia, los Báguena, que la tenían como villa de veraneo. La situación fue anómala y aún hoy hay en Rocafort quien recuerda a Machado como "aquel escritor que estaba en la casa de otros", comenta Tomás Gorria.
Gorria, comisario de la exposición dedicada al poeta que se celebró en 2010, autor del documental Machado, un poeta en Rocafort, se halla en Villa Amparo, sentado en uno de los jardines por donde paseó el poeta sevillano, donde se encontró con María Zambrano, Max Aub, Tristan Tzara, Octavio Paz, Juan Gil-Albert, María Teresa León, Rafael Albertí, León Felipe... y, ¿por qué no?, especula Gorria, John Doss Pasos, que ya le conocía de sus tiempos de Segovia. "La verdad es que su estancia aquí tiene una película dentro", comenta.
El periodista y diseñador es uno de los artífices de esta recuperación del vínculo entre la ciudad valenciana y el escritor. Un lazo que se intensificó este mes de febrero, con los distintos actos que se realizaron con motivo del 75 aniversario de su muerte. Actos que sirvieron para invocar su memoria y su breve pero prudente estancia en hogar ajeno.
Tenso por estar ocupando un espacio que no era el suyo, Machado se comportaba con frugalidad en ese pequeño reino que protagonizaban sus sobrinas. Cuando tenía que ir a Valencia, eran ellas las que se subían a la torre y le avisaban a gritos cuando veían a los lejos el trenet que tenía que llevarle a la capital. Hizo incluso un inventario de los enseres que allí había para volverlo a dejar todo en orden cuando se tuviera que marchar. Porque sabía que estaba de paso.
En una ocasión se escapó una gallina y entró en la casa. Hubo cierto alboroto. Machado iba detrás de ella, intentado que no tirara nada al suelo. Al final capturaron al animal y se propuso que al día siguiente fuera sacrificado y diera sustancia a un caldo. "Jamás", intervino el poeta; "no merece tal castigo".
Los testimonios de la aparente incomodidad por estar en casa ajena, son numerosos. Como el que recoge Monique Alonso, autora de Antonio Machado. El largo peregrinar hacia la mar, en su artículo ‘Machado en Rocafort'. "Ni siquiera dejaba coger a las niñas naranjas de los árboles que allí crecían hasta que un amigo de los propietarios (...) les dijo que al contrario, era bueno para el árbol".
En el reportaje que protagonizó en la revista Fragua social en diciembre de 1936, recién llegado a Rocafort, en su única entrevista concedida en aquellos años, Machado aseguraba: "No creía merecer tanto".
APOYOS A LA CAUSA MACHADIANA DE ROCAFORT
Sin embargo, el paso del tiempo parece decir lo contrario, que sí merecía que se le vinculara a una casa así. Así lo parecen atestiguar los numerosos apoyos que de unos años a esta parte ha recibido la causa machadiana de Rocafort. Los premios de la crítica valenciana, por ejemplo, se organizan este municipio por empeño de la Asociación de Escritores y Críticos Literaria (CLAVE), tal y como señala su vicepresidente, José Vicente Peiró, e hicieron parada en Villa Amparo.
"No podíamos pasar de largo esas localidades valencianas donde han residido grandes escritores universales. Para nosotros es inconcebible que Rocafort no estuviera presente en la Red de Ciudades Machadianas junto a Sevilla, Baeza, Segovia, Soria o Collioure. Ese es el motivo principal de la designación como sede de los premios. La idea fue acogida con complicidad por el concejal de cultura y la alcaldesa, Amparo Sampedro", comenta Peiró.
Desde febrero, oficiosamente, la localidad de Rocafort es parte de la historia, de la vida, de la memoria de Machado. Su candidatura fue aprobada por la Red y ahora está siendo ratificada por los plenos de las diferentes ciudades machadianas. Rocafort es machadiana, sobre todo por esa casa señorial, Villa Amparo. Reconvertida en lugar de banquetes, cerrada y vuelta abrir ahora como restaurante y terraza, aún conserva parte del encanto que subyugó al poeta sevillano.
"Villa Amparo es un lugar emblemático para los amantes de la literatura", comenta Peiró. "Hemos de ayudar todos a potenciar estos lugares insignes en estos tiempos donde la buena literatura es un acto de reivindicación del pensamiento y la creación como forma de vida", concluye.
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