Еsta nueva edición de Líricos griegos arcaicos, de Juan Ferraté, pone otra vez al alcance del público sus versiones
de todos los fragmentos mayores y un número considerable de los fragmentos menores que han llegado
hasta nosotros de un período histórico de la poesía
griega de interés excepcional. Con estricto rigor y asombrosa fidelidad literal, los versos de Ferraté incorporan a
la poesía castellana un sector de la obra de los griegos
del que el lector español apenas tenía noticia, pese a su
extraordinario atractivo. La rebeldía de Arquíloco y
Alceo, el erotismo de Safo y Anacreonte, la prudencia
de Solón y Jenófanes: todo el fascinador encanto de la
lírica más joven de Europa sigue cautivando al lector en
las selecciones de catorce poetas señeros incluidas en
esta antología bilingüe, a las que precede una importante y dilatada introducción histórica y crítica.
uan Ferraté (Reus, 1924) es autor de varios ensayos y
estudios de teoría y crítica literarias, entre los cuales
destacan los artículos reunidos en Dinámica de la poesía·.
Ensayos de explicación, 1952-1966 (1968 y 1982) y una
lectura innovadora de The waste land: Lectura de «La
tena gastada», de T. S. Eliot (1977), Ha editado con
criterios nuevos la obra completa de Ausiás March— Les
poesies d ’Ausiàs March: Introducció i text revisat
(Quaderns Crema, 1979 y 1994)— y ha dado un vuelco
radical a la interpretación de su obra con el estudio
Llegir Ausiás March (Quaderns Crema, 1992).
acceso abierto
JUAN FERRATE
LÍRICOS GRIEGOS
ARCAICOS
i
Biblioteca menor, 6
LÍRICOS GRIEGOS A R CA ICO S
Publicado por Quaderns Crema, S. A.
F. Valls i Taberner, 8 - 08006 Barcelona
Tels.: 212 87 66 - 212 38 08
Fax: 418 23 17
© 1968 y 1991 by Juan Ferraté
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Quaderns Crema, S. A.
IS B N 84-7769-035-9
D E P Ó S IT O L E G A L B. I0 .3 0 2 - 19 9 6
J A U M E v a l l c o r b a Diseño de la cubierta
J O R D I C O R N U D E L L A - A N D R E U R O S S I N Y O L -
J O S É M a n u e l M A R T O S Corrección de pruebas
r o m a n Y À - v a l l s Impresión y encuadernación
p r i m e r a r e i m p r e s i ó n Marzo de 1996
p r i m e r a e d i c i ó n E N S i r m i o Diciembre de 1991
p r i m e r a e d i c i ó n 1968 (Editorial Seix-Barral, S.A.J
Bajo las sanciones establecidas por las leyes,
quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización
por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento
— incluidos la reprografía y el tratamiento informático—
y la distribución de ejemplares de esta edición
mediante alquiler o préstamo públicos.
CONTENIDO
Nota a la segunda edición 9
LÍRICOS GRIEGOS ARCAICOS
Introducción 13
p a r t e 1 La Elegía 43
1 Calino (1) 46
2-9 Tirteo (1-8) 48
10-21 Mimnermo (1-12) 60
22-46 Solón (1-25) 68
47-53 Jenófanes (1-7) 94
p a r t e π El Yambo 103
54-137 Arquíloco (1-84) 106
138-143 Semónides (1-6) 142
p a r t e ni El Canto Coral 157
144-175 Alemán (1-32) 160
176-193 Estesícoro (1-18) 184
194-205 íbico (1-12) 194
206-248 Simónides (1-43) 204
7
8 CONTENIDO
p a r t e IV La Monodia 233
249-289 Safo (1-41) 236
290-320 Alceo (1-31) 270
321-399 Anacreonte (1-79) 298
Apéndice 337
Píndaro: Pítica primera 339
Notas al texto griego 351
NOTA A LA S E G U N D A E D IC IÓ N
Ya en la primera edición de esta obra la inclusion de los textos originales obedeció más bien a la voluntad del editor
que a cualquier ambición mía de emular la labor de los sabios filólogos cuya pauta me esforcé en seguir. Habría sido
muy vano por mi parte, además de sobremanera engorroso
e inútilmente trabajoso, que en esta edición me hubiera propuesto poner dichos textos al día ajustándolos a los criterios
filológicos hoy prevalecientes, que por supuesto no son los
mismos que los que tenían autoridad hace veinticinco años.
No he introducido, por consiguiente, ningún cambio en
esta nueva edición en lo que atañe al texto griego. Pero sí
que he corregido en más de un lugar el tenor, e incluso el
sentido, de mis versiones castellanas, que en conjunto siguen siendo, de todos modos, las mismas que figuraban en
el volumen de 1968.
J u a n F e r r a t é
Barcelona, 17 de marzo de 1991.
9
LÍRICOS GRIEGOS ARCAICOS
IN T R O D U C C IÓ N
i.
La poesía aquí reunida procede toda ella de los siglos vu y vi
antes de Jesucristo, una época cuya grandeza en todos los
órdenes del pensamiento, de la creación artística y de la configuración de la vida en general sólo puede adivinarse a partir de las muestras escasas que de ella poseemos. Lo que ha
llegado hasta nosotros son, en efecto, sólo indicios y ruinas.
A arqueólogos y filólogos debemos gratitud inmensa por haber rescatado los pocos fragmentos supervivientes, huellas
de energía y belleza, de esa época admirable. La poesía
griega de esos siglos, la filosofía, el arte, las formas de vida
religiosas, políticas, sociales y económicas, todo ello
emerge del naufragio del tiempo y nos atrae y fascina en los
restos de habitaciones y fortalezas, en las monedas, los trozos de escultura, los vasos, las citas, los pedazos de papiro y
los rollos de pergamino, que arqueólogos y filólogos excavan, reconstruyen, coleccionan e interpretan para nosotros.
Pero es tal vez en la poesía donde la grandeza de ese período
arcaico de la civilización griega se nos impone con más
fuerza; y es, por supuesto, en la poesía donde la vida toda de
esa época nos habla con mayor elocuencia.
La presente antología ha nacido del propósito de hacer
que lleguen a nuestros oídos contemporáneos las pocas voces supervivientes de los poetas griegos de esa época. En
ella he reunido, con muy escasas excepciones, todos los
fragmentos mayores y un número considerable de los fragmentos menores (citas de un verso .o dos casi todos ellos)
cuyo tenor puede entenderse y autoriza la traducción, de todos los poetas griegos, salvo uno o dos casos marginales, an13
14 INTRODUCCIÓN
teriores a Teognis, Píndaro y Baquílides. Sólo de estos poetas del siglo V poseemos libros completos, después de Homero y Hesíodo y de la colección de himnos homéricos. Lo
que queda entre estas dos masas de literatura nos ha llegado básicamente en dos formas: citas antiguas (en antologías como la de Estobeo, en tratados de crítica literaria, de
retórica, de gramática, etc., en misceláneas como la de Ateneo, y en obras de carácter diverso como la Política de Aristóteles y sobre todo su Constitución de Atenas, donde se usa
a Solón como fuente, o el Protágoras de Platón, quien utiliza
para sus propios fines un pasaje extenso de Simónides,
nuestro fr. 225) y trozos de papiro, además de alguna muestra aislada de textos escritos sobre otros materiales, como el
óstrakon que nos ha conservado un poema de Safo (fr. 250).
Por supuesto, las fuentes que contienen citas de nuestros
autores están prácticamente agotadas. En cambio, se pueden siempre esperar nuevos hallazgos procedentes de la
gran masa de desechos papiráceos que sabios como, entre
otros muchos, B . P. Grenfell, A . S . Hunt y continuadores han
venido estudiando y publicando en los Oxyrhynchus Papyri
(30 vols, hasta hoy). La papirología (a medio camino entre la
arqueología y la filología) es, actualmente, nuestra gran
fuente de poesía griega arcaica; en la presente antología, Arquíloco (frr. 92,100 y 129), Alemán (frr. 144,145 y 146), íbico
(fr. 194), Simónides (fr. 224), Safo (frr. 251, 253, 254, 255, 256,
257,268,279,281 y 289), Alceo (frr. 290,291,292,293,296,298,
299,302,303,305,306,307,309,316 y 319) y Anacreonte (frr. 321
y 322) están representados por cierto número de fragmentos que en todo o en gran parte son de procedencia papirácea.
De esa colección de ruinas se desprende una imagen vivísima, y suficientemente unitaria e integrada, de un período histórico de la poesía griega cuyo interés, debe insistirse en ello, es substantivo y en modo alguno ocasional.
IN T R O D U C C IÓ N IS
Nuestra época ha venido en adorar todo lo fragmentario,
todo lo sistemáticamente deforme o contingente en las
obras de los escritores y los artistas, desde la ecolalia a los objets trouvés, desde las esculturas de chatarra a la poesía concreta o «popcreta» de los brasileños de Stuttgart, todas las
roturas y aperturas, en suma, de que es capaz la obra de arte.
Sería de esperar, por consiguiente, que al público contemporáneo hubiera de interesarle especialmente una colección
como la presente, hecha por lo general de meros fragmentos
(con apenas algunas, no siempre claras, excepciones), y
donde, por otra parte, el estado extremadamente corrupto
en que a veces se encuentran los originales autoriza, al parecer, el aporte corruptor y deformador del propio traductor.
No es ése, sin embargo, el punto de vista del presente traductor. De una parte, no me ha interesado la ruina en
cuanto tal y no he contado con que ella debiera atraer a los
lectores. Por consiguiente, he evitado en lo posible toda apariencia superficial que sugiriera al lector más problemas textuales que los que yo, por mi propia cuenta, me he ocupado
en considerar y resolver. Por lo mismo, he debido prescindir
de incluir en mi colección toda reconstrucción de los originales que no esté fundada en un contexto suficientemente
atestiguado para hacerla extremadamente probable; lo cual
me ha llevado forzosamente a prescindir de muchos originales (de Safo y Alceo especialmente) cuya reconstrucción
plausible no está a nuestro alcance, por más que se haya intentado repetidas veces y en direcciones considerablemente divergentes. Por otra parte, en la traducción misma
he obedecido las indicaciones del original, reproduciendo
no sólo su sentido general sino también y sobre todo, en la
medida de lo posible, sus mismas articulaciones, el orden
idéntico de sus nociones, el cuerpo exacto de sus palabras y
su verdadero peso; por supuesto, según me lo permitían
siempre el peso y el cuerpo propios de las palabras españo
16 INTRODUCCIÓN
las modernas, el orden de las nociones de que es capaz el español actual, las articulaciones posibles en nuestro idioma
contemporáneo.
Con ello, es cierto, me he apartado considerablemente
de la práctica contemporánea, no diré entre los hispanos
(pues entre nosotros no se traduce a los griegos), sino sobre
todo entre los traductores al inglés de nuestros poetas. Para
muchos de entre éstos, en efecto, traducir ha venido a reducirse a tomar el original como mero pretexto para su propia
arbitraria pretensión creadora. Fijémonos, para muestra, en
las recientes traducciones de Arquíloco por G uy Davenport
(publicadas en Arion, 2 (1963), 29-53, y en forma de libro por
University o f California Press). En ellas encontramos, por
ejemplo, lo siguiente:
Sergeant to Enyalios,
The great god War,
I practise double labor.
With poetry, that lover’s gift,
I serve the lady Muses,
en lugar de nuestro fr. 54:
Soy un siervo, yo, de Enialio, señor de la guerra,
y un experto en el don de las Musas amable.
Mi traducción no es especialmente atractiva, pero la de Davenport es falsa. Compárese la pedestre, pero fiel, traducción de F. Rodríguez Adrados (Líricos griegos. Elegiacos y
yambógrafos arcaicos, vol. I, Barcelona: Alm a Mater, 1956,
p. 28): «Soy un servidor del Señor Enialio y un conocedor
del amable don de las Musas», y se apreciará la distorsión
completa que representa la adaptación del traductor norteamericano : «sergeant», por muy gráfico que sea, está fuera de
INTRODUCCIÓN 17
tono; «I practise double labor» no está en el original, y en el
contexto donde aparece en Davenport (quien lo toma de
otros traductores) no llena la función de hacer explícita la
oposición, implícita en las palabras de Arquíloco, entre su
doble profesión o ejercicio de la guerra y de la poesía; «lover’s gift» no traduce propiamente el original; «I serve» menos aún representa el griego epistámenos, que alude muy
precisamente a la condición de «experto» en un oficio que,
como poeta, tiene necesariamente Arquíloco, condición
que está en completa oposición con la convención heroica
que adhiere a su otra condición de guerrero y cuyo contraste con ésta constituye el asunto del dístico (cf. D. Page,
«Archilochus and the oral tradition», en Archiloque, Entretiens sur l’Antiquité Classique,X, Ginebra 1964, p. 134). También de Davenport es la siguiente traducción:
Let him go ahead.
Ares is a democrat.
There are no privileged people
On a battlefield,
que debemos suponer corresponde a nuestro fr. 89:
Obraré ...
que es Ares de verdad común a todos.
Rodríguez Adrados traduce (p. 55): «Haré... pues realmente
Ares es imparcial para los hombres». Es evidente que el traductor norteamericano se ha creído en la obligación, en éste
como en el caso de muchos otros fragmentos, de poner bajo
presión el sentido de las palabras del texto original, con un
resultado explosivo evidente (pasemos por alto el cambio
de persona en el verbo inicial). De modo semejante, nuestro
fr. 79, que dice:
ι8 INTRODUCCIÓN
Chupaba como chupa su cerveza,
con una caña, cualquier tracio o frigio;
y gacha la cabeza se esforzaba,
aparece vertido en la forma siguiente:
Moeurs Asiatiques
Like the men
O f Thrace or Phrygia
She could get her wine down
At a go,
Without taking a breath,
While the flute
Played a certain little tune,
And like those foreigners
She permitted herself
To be buggared [j/c],
donde uno se pregunta qué hay que admirar primero, la infidelidad o la petulante insolencia del traductor. Para terminar con Davenport, véase todavía la siguiente traducción,
que, siendo igualmente explosiva, tal vez por casualidad se
acerque a la correcta interpretación del original:
Ispania [s/c]
Against the wall, fists on hips,
They leaned in a fish-net o f shadow,
que corresponde a nuestro fr. 84:
A l muro se apoyaron, en la sombra.
INTRODUCCIÓN 19
Uno tiene, de todos modos, derecho a preguntarse si algún
que otro logro dudoso compensa la destrucción del sentido
llevada a cabo en la mayor parte de lo restante.
No es el caso de Davenport excepcional. A l contrario:
toda una escuela de traductores ha surgido de la traición sistemática de los textos originales, y se ha impuesto, no sólo
en los países de habla inglesa (donde se apoya en los ejercicios de un poeta genuino, Ezra Pound, y cuyo exponente
más importante se halla en el grupo que edita en Tejas la citada revista Arion), sino en otras partes. D e hecho, ya entre
los mismos filólogos se ha dado con frecuencia el caso del
editor poseído de la furia enmendadora e integradora, y entre ellos destaca el editor de nuestros poetas para la colección Loeb, J. M. Edmonds. A Edmonds debemos un número considerable de trabajos de taracea llevados a cabo
sobre la base de unas pocas palabras, o trozos de palabra,
atribuidas a Safo, poemas apócrifos impresos por Edmonds
en 1922 y 1928 bajo el nombre de Safo, y que, pasados cuarenta años, aún proporcionan a nuestros traductores explosivos maravillosas oportunidades para sus ejercicios de distorsión del original, de un original que ni siquiera pertenece
a Safo sino a Edmonds (véase, por ejemplo, lo que imprime
Willis Barnstone en Sappho, Garden City, N. Y.: Anchor
Books, 1965).
En mis traducciones me he apartado también, por consiguiente, de la práctica contemporánea rehuyendo el frenesí
integrador y enmendador de los filólogos. A mi entender, el
primer deber de un traductor, en su función mediadora entre un original remoto y difícil y el público al que se dirige,
estriba en la fidelidad estricta al texto de que parte. El lector
de traducciones no tiene por qué verse obligado a prestar
ninguna atención a la persona del traductor, a sus rasgos de
vanidad o de petulancia, a los caprichos de su gusto o a los
hábitos temperamentales adquiridos y sostenidos fuera de
20 INTRODUCCIÓN
su negocio estricto, que es el de entender unos textos con el
fin de reproducirlos adecuadamente en la lengua de su elección. El traductor no debe, por consiguiente, introducirse a
sí mismo en la traducción. Específicamente, no debe rehacer el texto en ningún sentido que no esté garantizado por
reglas objetivas de interpretación. Por supuesto, en una medida considerable, las dotes de inteligencia, saber, tacto e
imaginación requeridas para la objetividad en cuestión son
dotes que al traductor le pertenecen como persona, y no
como un aparato mecánico, y, por consiguiente, son dotes
subjetivas. Pero en su ejercicio el traductor debe proponerse
la objetividad en el sentido descrito. No es ése, en ningún
sentido razonable, el caso del traductor que pone el original,
desde el comienzo, a su servicio, o del traductor que empieza por elegir un original apenas confiable y a partir del
mismo exhibe sus dotes de mistificación del público lector.
- Las presentes traducciones tienen, pues, el valor primero de un documento, en la medida en que se atienen al
tenor de los originales, y los originales mismos son, salvo
error, genuinos. Pero, además, las presentes traducciones
pretenden también valer por sí mismas, con independencia
de los originales (excepto en la medida en que es inevitable,
y de hecho deseable, ya que es parte del sentido de cualquier
texto, original o traducido, la referencia constante de la imaginación del lector a la fuente primera de la obra con quien
entra en comercio, fuente que se halla en la experiencia vital del autor y en la que el mismo comparte con sus contemporáneos). Pues, a mi entender, el segundo deber fundamental de un traductor puesto a mediar entre un original
inaccesible para la mayoría y el lector al que él se dirige estriba precisamente en llevar a su término dicha mediación.
No debe el traductor, por consiguiente, quedarse a medio
camino, traduciendo sin lucidez ni elegancia y componiendo un texto ilegible. Específicamente, en el caso de la
INTRODUCCIÓN 21
poesía, el traductor debe ofrecer al lector un texto provisto
de recursos suficientes para forzar la atención del lector a
ajustarse a los requerimientos del texto en cuestión. El
texto mismo debe persuadir al lector, con sus propios recursos, de que merece leerse como poesía y con la atención peculiar y sostenida requerida por la poesía.
Es por eso por lo que he empleado el verso en estas traducciones. Pero,nótese, el verso castellano: dejando aparte
el caso de los poemas o fragmentos en dísticos elegiacos,
para los cuales existe ya en nuestra lengua, desde Villegas
hasta Alfonso Reyes, una hermosa tradición de adaptaciones, sólo en tres fragmentos de Arquíloco (134 a 136) y uno
de Alemán (150) he recurrido, para mis traducciones, a un
ritmo que abstractamente reproduce el del original. Pero ni
en estos casos ni en el del dístico elegiaco me he propuesto
una verdadera reproducción. Ocurre que el verso castellano,
como el de otras lenguas europeas, ha dejado de estar sujeto
a cierto tipo de limitaciones que, hasta el modernismo, y
aún más tarde, habrían hecho inaceptables buen número de
formas del verso que hoy día resultan naturales. Mis adaptaciones entran en la línea de la libertad métrica, rítmica y estrófica de que se dispone, y su intención arqueológica debe
quedar oculta para mis lectores, no sólo de hecho sino en mi
intención.
Mi verso es, pues, el verso castellano. Dentro de esos límites amplísimos, me he sujetado a normas uniformes de
traslación de las formas originales sólo en el caso de los trímetros yámbicos de Solón, Arquíloco y Simónides, reproducidos mediante endecasílabos, y de los tetrámetros trocaicos de Solón y Arquíloco, reproducidos mediante alejandrinos. Y he usado, además, la bárbara adaptación del dístico
elegiaco que el lector encontrará empleada en todos los
poemas o fragmentos cuyo original griego presenta esa
forma estrófica. El dístico elegiaco, que consta de un hexá
22 INTRODUCCIÓN
metro seguido de un pentámetro, en mis traducciones aparece en la forma de un verso de seis acentos seguido de un
verso de cinco acentos. Dichos acentos están separados por
una o dos sílabas átonas (dos sílabas generalmente, especialmente al final del verso); además, el primer acento del
verso puede estar precedido por una sílaba átona (pero la
primera de dos o tres sílabas átonas al comienzo del verso
vale por la primera tónica del verso). A eso se reducen las reglas a que me he sujetado en mi adaptación: sólo en seis casos (Tirteo, fr. 8, Mimnermo, frr. 10, n, 15 y 16, y Jenófanes, fr.
48) he introducido además la regla de acabar el verso de
cinco acentos, o pentámetro, con palabra aguda; pero, por lo
demás, no he prestado atención a las cesuras ni a ningún
otro refinamiento equivalente, como los que, de hecho, se
esforzaron en introducir los anteriores adaptadores de esta
forma métrica al castellano.
He tratado, en cambio, de obtenerla uniformidad y regularidad dentro de cada fragmento o grupo de fragmentos conexos, una vez elegida libremente la forma a emplear en
cada caso. Sólo el fr. 144 de Alemán y algún que otro breve
fragmento disperso están traducidos en metro irregular, y
aun así en todos estos casos el lector percibirá un ritmo dominante suficiente para configurar la cualidad de su atención y su percepción del sentido. Pues ésta es la función irrenunciable que ejerce el verso en la poesía, y la que debe ejercer también en las traducciones de poesía.
II.
El interés, decía, que reside en esta masa de fragmentos es
substantivo y en modo alguno ocasional. Aun a pesar de su
apariencia arruinada, la poesía griega del siglo y medio que
corre entre los años de florecimiento de los primeros poetas
INTRODUCCIÓN 23
conocidos, Calino, Arquíloco, Tirteo y Alemán (entre 660 y
630 a. C.), y los últimos años de actividad de los poetas de la
última generación de ese período, íbico, Jenófanes, Anacreonte y Simónides (alrededor de 500 a. C.), se nos impone
con excepcional fuerza impresionante. Y ello a pesar también, o tal vez haya que decir a causa sobre todo, del hecho
de que en gran medida no se verifican en la misma muchos
de los presupuestos convencionales con que cuenta el lector de poesía moderna.
Bastará, en efecto, que el lector dé un primer vistazo a las
páginas de esta antología para que caiga en la cuenta de dos
rasgos principales, y en apariencia contradictorios, que caracterizan la poesía de esa época y que la sitúan al margen
de sus ideas preconcebidas acerca de la poesía. En primer lugar, de un lado, esa poesía es, en una medida muy superior a
lo que puede presumir y aceptar tal vez el lector moderno,
una poesía embebida en la circunstancia, referida a la ocasión de que surge, enraizada en motivaciones locales y temporales al parecer únicas; y, del otro lado, muy a menudo se
destaca de la circunstancia inicial y se distancia de ella en un
sentido que al lector moderno apenas le parecerá compatible con su idea de la poesía, a saber, buscando unas veces obtener un efecto práctico sobre el oyente capaz de resolver
las tensiones que se encierran en la circunstancia original, o
bien otras veces proponiéndose un efecto de orden intelectual, el enunciado de una norma, la formulación de una
creencia, la inducción a una convicción. En segundo lugar,
esa poesía explota sin ninguna reserva, y con una insistencia
que al lector le parecería tosca de hallarla en la obra de un
poeta moderno, la impresión poética convencional producida por la simple mención de objetos naturalmente bellos
o agradables, objetos que nos atraen por sí mismos, por la dicha o el placer que nos procuran o nos evocan.
A sí, pues, por una parte, la poesía griega de los siglos vu
24 INTRODUCCIÓN
y vi a. C. tiene un acusadísimo carácter didáctico y circunstancial, rasgo que la mantiene a distancia del curso central
de la poesía moderna y al parecer debería ponerla al margen
del gusto y los intereses del lector contemporáneo. Pero, por
otra parte, dicha poesía adopta una apariencia formalmente
«poética» echando mano de recursos que a los ojos del lector moderno tienen un aire lamentablemente cursi y trasnochado, por lo que también por ese lado debería caer fuera de
los límites del gusto hoy en día prevaleciente. La lírica
griega arcaica resulta, por consiguiente, oponerse al gusto
moderno a la vez por la excesiva libertad con que trasciende
los límites de la poesía entendida como objeto exento y absoluto, y por la excesiva estrechez con que se atiene a una visión parcial, fundamentalmente hedonística, de los posibles
objetos poéticos.
La base común de esa doble impresión se halla en un
rasgo de la lírica griega de ese período que, a la vez que la
aleja de nosotros por cuanto resulta extraño a la poesía m oderna, sirve también para aproximarla a nosotros por
cuanto apela a nuestra simpatía humana elemental. Dicho
rasgo consiste en la función real, y no solamente pretendida
o fingida, que la lírica de esa época ejerció en relación con la
vida contemporánea, la del autor, la de su auditorio, y la del
entorno de cosas e ideas (reales a su vez o ficticias, no importa) con que cuentan ambos, autor y auditorio, y al que la
obra se refiere para evocarlo, aceptarlo, rechazarlo o tratar
de cambiarlo. Se explican merced a dicha función real de la
poesía tanto la enorme urgencia pragmática con que el
poeta se encara con su circunstancia política, social y personal, tratando muchas veces de ponerla en relación con sus
convicciones últimas, como su absorción en la dicha del instante y en los objetos o personas que la procuran y sostienen, entre los cuales no ocupa el último lugar, sino uno entre los primeros, la poesía misma, «el don de las Musas ama
INTRODUCCIÓN 25
ble», ya citado, de Arquíloco, «el arte que agrada» y que
«trae contento a los hombres», de Solón (frr. 22 y 41, respectivamente), «el bello pulsar la cítara», de Alemán (fr. 162), «las
rosas de Pieria», de Safo (fr. 264), etc., etc.
Ese rasgo de la lírica griega arcaica, sacudiendo nuestras
convicciones adquiridas, apela a nuestra simpatía humana
elemental, y es gracias a la simpatía suscitada como dicha
poesía nos atrae y conmueve. Aunque tal vez sería mejor decir que quien resulta propiamente sacudida y conmovida es
nuestra imaginación histórica, pues apenas puede hablarse
de simpatía elemental al nivel de complejidad donde se sitúan nuestros poetas. Es la extrañeza misma de las condiciones reales supuestas por los textos de que nos ocupamos
quien nos fuerza a poner con la imaginación esas mismas
condiciones como parte de la significación del texto. La mediación de la imaginación histórica es, pues, una primera
condición de nuestro entendimiento del mismo.
La lírica griega de esa época arcaica nos atrae, por consiguiente, tan pronto empezamos a situarla en su contexto
real, y a concederle con la imaginación el derecho a mantenerse libre de las inhibiciones que constriñen nuestro entendimiento ideal e intemporal de la poesía. Vemos entonces a los poetas envueltos en su circunstancia, atenidos a la
urgencia del momento, acuciados por la presión del instante: a Tirteo ejerciendo sus funciones de comisario político, a Arquíloco sujeto a la necesidad> desgarrado entre el
amor y el odio para vencerse casi siempre del lado del odio,
cuando su espíritu no se levanta, heroicamente, hasta el nivel de la pura impasibilidad cínica, a Safo fidibus querentem
puellis de popularibus, a Alemán inventando, rodeado de niñas, su amor recíproco, a Anacreonte promiscuo, tierno, corruptor y lúcido, a A lceo con más puntos de honor que un
rico hombre castellano del siglo xv y ambicioso y frágil
como otro Marqués de Santillana, a Mimnermo obsesio
ι 6 INTRODUCCIÓN
nado, horrorizado, encanallado por el pensamiento de la vejez y la muerte, a Solón «político, cauteloso y meticuloso», y
a Simónides, en fin, impersonal y ceremonioso, ya con un
pie en el siglo siguiente y en la nueva objetividad, capaz todavía, sin embargo, de expresar su renuencia a ceder el
puesto a los nuevos poetas en un postrer grito arrogante y
desdeñoso (fr. 246).
* Por supuesto, no andamos descaminados. El centro del
lirismo está en la interpretación de la experiencia bajo la
apariencia de la presencia inmediata. Lo que la lírica se propone dilucidar son las raíces de la ocasión cotidiana, la trasparencia del instante. Puede así la lírica griega arcaica describirse con justicia, como lo ha sido por Hermann Frânkel
(Dichtung und Philosophie des frühen Griechentums, M unich: C. H. Beck, 19622), como poesía de lo efímero, en el
sentido de la sujeción del hombre a lo cotidiano, del secuestro del mismo dentro de la mutabilidad de los días y sus afanes. La circunstancialidad, por no decir historicidad, de la
vida humana, formulada con precisión ejemplar por Arquíloco, imitando a Homero (Odisea, xvm , 136-7), en su fr. 118:
Tiene el hombre mortal, Glauco, hijo de Leptines,
los ánimos según el día que Zeus le envía
e ideas con arreglo a aquello en que trabaja,
y que está en la base del lirismo, es, además, específicamente el asunto de nuestros poetas; a eso viene a reducirse,
después de todo, la observación de Fránkel.
No andamos, pues, descaminados situando a nuestros
poetas dentro de su contexto real, y viéndolos antes que
nada bajo la óptica de lo efímero y contingente humano e
histórico, como primer paso para su interpretación. Pero,
claro está, no nos detenemos ahí: la óptica de lo contingente y efímero es una primera mediación en nuestro pro
INTRODUCCIÓN 27
ceso interpretativo, pero la lírica, que hemos descrito como
siendo ella misma esencialmente una interpretación de la
experiencia bajo la apariencia de la presencia inmediata,
exige nuevas mediaciones intelectivas para el cumplimiento cabal del proceso en cuestión.
La interpretación de la experiencia en que consiste el lirismo procede siempre, en efecto, por vía indirecta, por más
que tienda a satisfacerse sólo con la apariencia de la presencia inmediata. Pero esa inmediatez es necesariamente sólo
relativa y está necesariamente siempre mediatizada por un
punto de vista. El lirismo sólo se satisface con la apariencia
de la circunstancialidad y contingencia que cualifican la inmediatez del presente, pero dicha apariencia se consigue
siempre sobre el fundamento de una perspectiva que funda
la presencia en cuestión, que fundamenta intelectualmente
la aparente intuición ocasional y momentánea. La trasparencia cristalina de la poesía no es otra cosa que la trasparencia de su medio intelectual ; ya que, en poesía, toda intuición
se funda en una regla, una norma, un juicio que la sostiene.
En poesía, por supuesto, la dicha de la mente está en pensar
como intuido lo que es sólo conocido, y en lograr que la integración y ordenamiento de lo únicamente conocido adopte
la apariencia del capricho y del desorden propios de los estímulos de la experiencia real. Pero la poesía es, ante todo, un
negocio intelectual.
La interpretación no puede, por consiguiente, detenerse
en la superficie circunstancial. La dicha de la mente, acuciada tras de la intuición de la apariencia, no se obtiene, sin
embargo, sino cuando se reconoce explícitamente la estructura intelectual que está en la base de la apariencia en cuestión.
La lírica griega arcaica, no menos que cualquier otra lírica que importe, está penetrada de energía intelectual. El
hecho resulta tanto más conmovedor cuanto que su circuns-
28 INTRODUCCIÓN
tancialidad es, al propio tiempo, como hemos observado, especialmente evidente y, al parecer, importuna y perturbadora, a lo menos de entrada. Pero ya despachamos ese problema. Quiero ahora fijarla atención en un ejemplo de entre
los contenidos en mi antología para dilucidar mediante su
análisis ese otro aspecto, no menos esencial, de nuestro
tema.
Se trata del único fragmento de Calino aquí incluido
(fr. i):
¿Hasta cuándo estaréis recostados? Jóvenes, ¿cuándo
tendréis un pecho valiente? De tanto abandono
¿no os avergüenzan los pueblos vecinos? ¡Pensabais quedar
en paz, y a todo el país lo tiene la guerra!
que todos lancen el último dardo, al morir. 5
Porque es noble y glorioso que luche el hombre, en defensa
de su tierra y de hijos y esposa legítima,
con quien los ataca; y la muerte no habrá de venir sino
cuando
las Moiras la hilaren. Hala, id todos al frente,
lanza en mano y oculto detrás del escudo el robusto 10
corazón, tan pronto se trabe el combate.
Pues no está en el destino que el hombre se libre de muerte,
ni aunque remonte su estirpe a un dios inmortal.
A veces, uno que escapa al estrago y al golpe del dardo
regresa, y la muerte fatal lo encuentra en su casa. 15
Mas a ese tal no lo quieren ni lo echan de menos, y a otro
lo lloran ricos y pobres, si algo le pasa;
porque, al bravo guerrero que muere, el pueblo lo añora
y, si vive, casi lo tiene por dios;
porque sus ojos lo ven igual que si fuese una torre; 20
porque cumple hazañas de muchos, él solo.
INTRODUCCIÓN 29
Esta obra se cantó, con toda probabilidad, en un symposion (cf.v. 1), y contiene una exhortación a luchar en defensa
de la patria, motivada seguramente por el peligro que para
las ciudades de Jonia representaron, en la primera mitad del
siglo vu a. C., los pueblos cimerios, invasores del Asia M enor.
La obra nos ha llegado probablemente completa, si prescindimos de una laguna de extensión indeterminada después del v. 4. Su estructura es muy simple, de líneas muy claras, y al mismo tiempo extraordinariamente efectiva en su
desarrollo sobre un esquema básico en el que se combinan
y alternan la exhortación y la reflexión. Veámoslo, en efecto.
Las dos preguntas iniciales contienen una incitación a
la decisión. La primera ve la decisión como un término
(«¿Cuándo se acabarán vuestra holgazanería e indecisión?»), la segunda la considera en su principio («¿Cuándo
empezaréis a mostrar decisión y coraje?»). Las dos frases siguientes constituyen otra pareja igualmente caracterizada
por una oposición interna. La primera apela a un sentimiento subjetivo: la vergüenza. La segunda refiere a una
realidad objetiva: la guerra general. En ambas se evoca la
misma circunstancia colectiva (la conciencia personal de
«los vecinos», de un lado; la mera facticidad impersonal del
«país», del otro), que sirve de fondo y contrasta con la conducta particular de los conciudadanos del poeta, contraste
que pone en evidencia su doble error, moral e intelectual, y,
por consiguiente, fundamenta la incitación a mudar de actitud con que se abre la elegía.
Los dos primeros dísticos contienen, pues, una primera
forma del esquema exhortación-reflexión que recorre toda
la obra. Después de una laguna de por lo menos un verso,
nos encontramos al término de otra exhortación más específica a «luchar hasta la muerte» (v. 5). A la exhortación sigue,
por segunda vez, la reflexión y el fundamento, expresado en
30 INTRODUCCIÓN
otras dos frases paralelas (vv. 6-9): de un lado, morir por la
patria es por sí mismo noble; del otro, la muerte vendrá sólo
en el momento predeterminado por el destino.
Una tercera, y última, exhortación a correr al combate,
que ocupa el centro de la elegía (vv. 9-11), da oportunidad
para que se esboce, con sólo algunos rasgos, una imagen
muy viva del guerrero yendo al encuentro del enemigo. A la
exhortación sigue una compleja serie fundamentadora que
recorre los cinco últimos dísticos, esto es, casi la mitad de la
obra en la forma en que ha llegado hasta nosotros.
En el primer dístico de esos cinco (w . 12-13)se afirma, de
un modo rotundo, la necesidad de la muerte. (No sólo, pues,
la ocasión de la muerte está ya fijada por el destino, y es, por
lo tanto, inútil tratar de evitarla rehuyendo el combate, sino
que la muerte misma es, para el hombre, inevitable.)
Sobre la base de esa afirmación, se establece en los dos
dísticos siguientes (vv. 14-17) una nueva oposición entre
quien, habiendo «escapado» al combate (ya por haberse salvado de morir en él, ya por haberlo rehuido), muere en su
casa, y el que cae en el campo de batalla: al primero, nadie lo
quiere ni lo echa de menos; al segundo, todos lo lloran.
La conciencia colectiva se ha introducido con eso, otra
vez, para mediar entre el poeta y el ejemplo de éxito y noble
conducta que él les propone a sus conciudadanos. La obra
culmina con la evocación, en los dos últimos dísticos, de la
impresionante figura del «bravo guerrero», añorado cuando
muere, y divinamente empinado, mientras viva, en la alta torre de su heroísmo.
Notemos cuán estricta y precisa es, hasta el fin, la articulación del andamiaje razonador del poeta. El penúltimo dístico (vv. 18-19)se opone, en su conjunto, al dístico que lo precede, fundamentando su segundo extremo; pero dentro de
él se encierra una alternativa. El último dístico, a su vez, expresa el fundamento del segundo extremo de dicha alterna
INTRODUCCIÓN 31
tiva, y eso en dos partes: en la primera (penúltimo verso),
describiéndonos con una bella imagen el modo como se refleja en la subjetividad admirada de las gentes del pueblo la
figura del héroe; en la segunda (último verso), dándonos el
fundamento objetivo de la admiración que vierte el pueblo
sobre el héroe, y llenando, de esta manera, de profundo sentido real la imagen del verso anterior.
Y por último: la «torre», que era primariamente imagen
de la fortaleza impar del guerrero, adquiere al final el valor
secundario, pero no por eso menos hondamente significativo, de emblema de su aislamiento exento; al propio
tiempo que la oposición del último verso, puramente verbal
a primera vista, entre lo que el héroe, «solo» (esto es, por sí
mismo, sin ayuda de nadie), es capaz de hacer, y las hazañas
de «muchos» a que equivalen sus hazañas singulares, se
transmuta en una oposición entre la «muchedumbre» indiferenciada de que las hazañas del héroe lo separan y aíslan,
y su propia «singularidad», su propia divina soledad.
El rigor intelectual que Calino pone al servicio de su función creadora es evidente. Pero resulta además que, como
antes he apuntado, es precisamente en el rigor empleado
por Calino en la configuración de su tema donde debe buscarse el fundamento verdadero de la impresión de vida que
el poema nos produce. Dicha impresión, en efecto, no se
funda, no puede fundarse, en los rasgos mismos de la circunstancia inicial, que apenas si están esbozados. Es sólo la
referencia implícita a la circunstancia en cuestión en todos
los puntos de la estructura de actitudes, motivaciones, impulsos reprimidos o promovidos, raciocinios y racionalizaciones, que Calino levanta a partir de ella lo que nos induce
a pensarla como si la tuviéramos ante los ojos, y nos lleva a
llenarla de sentido vivido.
En la medida, pues, en que el poema de Calino recurre a
la mediación de las nociones del intelecto para devolvernos
32 INTRODUCCIÓN
ante la circunstancia inicial de modo tal que gracias a dicha
mediación nuestra mirada acaba por ver aquello mismo que
empezó por comprender, con lo que la circunstancia ante
los ojos resulta ser al propio tiempo y ante todo pura trasparencia intelectiva, en esa medida el poema de Calino manifiesta la esencia general del lirismo bajo la forma particular
que acabamos de describir. Lo distintivo de nuestro poema
y de la obra aquí reunida de los líricos griegos arcaicos estriba en que dicha esencia, reducible, como hemos dicho, a
la fórmula general de la interpretación de la experiencia
bajo la apariencia de la presencia inmediata, adopta la forma
específica de un discurso ocasional, referido a la circunstancia del momento, motivado por el instante, orientado en la
dirección de la acción real y de la historicidad concreta del
poeta y de su público. Eso no era necesario y sólo con grandes dosis de ironía podría decirse que vale también para el
discurso de los poetas modernos. Éstos, en efecto, no conocen verdaderamente el uso del «tú» y apenas saben cómo
arreglárselas con el «nosotros». La realidad en torno con
que cuentan los poetas modernos es ya, desde el principio,
mera experiencia subjetiva y no más que una presunción de
realidad: el poeta tal vez trate de establecer cierto contacto
con la realidad aferrándose a su «yo», pero éste se le desvanece siempre en último término en la pura impersonalidad
del «él» a propósito del cual lleva a cabo sus experimentos y
tentativas. El sujeto de la poesía moderna es, de hecho, un
sujeto ideal y general, envuelto irremediablemente en circunstancias generales e ideales, sin concreción real ni compromiso efectivo. La poesía moderna arranca de la pura pretensión y desemboca en la ficción. La poesía de nuestros
griegos arcaicos arranca, en cambio, de la realidad, y en ella
desemboca. Paradójicamente, tal vez en ello estribe, desde
nuestro punto de vista, su valor principal.
INTRODUCCIÓN 33
III.
Los poetas representados en esta antología aparecen agrupados por géneros, en vez de ordenarse cronológicamente.
De resultas de ello, la colección se divide naturalmente en
dos grandes masas, la primera constituida por los restos de
los elegiacos y yambógrafos, la segunda por lo que nos
queda de los líricos en sentido estricto.
El lector notará a primera vista las grandes diferencias
que presentan ambos grupos de poetas en cuanto al tono,
asuntos, vocabulario y estilo en general. La elegía y el
yambo constituyen, en efecto, un género unitario, y de hecho de tres de los siete poetas incluidos, Arquíloco, Semónides y Solón, se conservan a la vez elegías y yambos, aunque
los dos primeros aparezcan agrupados bajo la etiqueta del
yambo, y el último esté incluido entre los elegiacos. Dicho
género se distingue del otro gran género estrictamente lírico por su carácter marcadamente pragmático y didáctico,
por su severidad sentenciosa y su fundamental prosaísmo.
Lo cual no excluye el que se encuentren grandes diferencias, dentro de los mencionados límites, entre uno y otro autor, y aun dentro de lo que nos queda de la obra de un
mismo autor de yambos o elegías. El lector verá que la rigidez fundamental del género permite una variedad suficiente en los asuntos; e incluso, me atrevo a decir, cierta medida de individualidad en los recursos expresivos, aunque
no sea por ahí por donde deberá aventurar sus primeras observaciones un lector de traducciones.
Lo mismo, entre los líricos corales y los poetas de la canción para una sola voz no parece haber, a primera vista, diferencias que importen, salvo las que pertenecen a la manera
propia de cada autor. Incluso en muchos casos de fragmentos breves es difícil determinar si nos encontramos ante una
34 INTRODUCCIÓN
canción de uno u otro tipo: es muy posible, por ejemplo,
que los frr. 196 y 197 de íbico, agrupado entre los líricos corales, procedan de canciones del mismo género que las de
Safo y Anacreonte, a saber, monodias; y en el mismo A lemán, el primer autor de coros de cuya obra de ese género
nos han llegado restos indiscutibles, el rasgo de su arte más
extraordinario y que ha dado más quebraderos de cabeza a
los filólogos estriba en el hecho de que la canción coral está
puesta de un modo consistente y persistente al servicio de la
expresión individual, sin, al parecer, limitación alguna en
ese sentido. Con ello, en general, y fuera de su contexto, no
hay modo de que se distinga un grupo de versos de Alemán
de un grupo semejante atribuido a Safo, Alceo o Anacreonte:
todos esos poetas hablan la mayor parte de las veces el
mismo lenguaje lírico subjetivo,y describen experiencias individuales igualmente fervorosas y apasionadas. Muchas veces, es cierto, Alemán pone las palabras de su canción en
boca de una muchacha, con lo cual no tenemos dificultad en
dejar de atribuir su tenor al propio Alemán. Pero el hecho
fundamental está en que, quienquiera que hable, lo hace
casi siempre desde su punto de vista individual, a cuenta de
su persona singular, cualquiera que ésta sea en el momento
dado. El lector hará bien en tener esto presente sobre todo
cuando se enfrente con el más extenso, más difícil y tal vez
más bello fragmento de Alemán, el coro de muchachas con
que se abre la colección de sus versos (fr. 144).
La ordenación cronológica de nuestros poetas habría,
en cambio, servido para poner tal vez de relieve desde el
principio algo que el lector irá sin duda descubriendo a medida que se familiarice con ellos. Y ello es que se da un marcado progreso, a partir de los primeros poetas, Calino, Arquíloco, Tirteo y Alemán, hasta la última generación de
nuestros líricos arcaicos, íbico, Jenófanes, Anacreonte y Simonides, en el sentido de un creciente desarraigo del poeta
INTRODUCCIÓN 35
de la circunstancia local y temporal a la que pertenece y que
se refleja en su poesía. La referencia particular determinada
y precisa no falta, es cierto, en íbico y Anacreonte, ni tampoco en Jenófanes y Simónides, pero dicha referencia no va
más allá del lugar y del momento en que se sitúa el poeta en
tanto que individuo, sin relación precisa y determinada con
nadie ni nada más. No es ése el caso de Arquíloco, Tirteo y
Alemán: la individualidad de esos poetas, por muy acusada
que esté en su obra (y la obra de Arquíloco se caracteriza
precisamente por la irrupción de la personalidad individual
quebrando toda clase de esquemas convencionales),
guarda relación constante y significativa con un medio social y con un curso histórico concretos y sobreindividuales:
Arquíloco es de Paros, y Tasos,y si se quiere de todo el Egeo,
pero no de Beocia o Esparta, Tirteo es de Esparta, y no podría ser de Beocia o el Egeo, Alemán es de Esparta también
(aunque tal vez nacido y educado en «la excelsa Sardis», fr.
149), pero de una Esparta una o dos décadas posterior a la de
Tirteo, precisamente la que sucede a las guerras mesenias, e
incluso Calino, de quien se conserva sólo la elegía antes
leída (aparte unas cuantas palabras), no puede imaginarse y
entenderse sino como el Calino de Efeso contemporáneo
de las invasiones cimerias.
Casi lo mismo podría decirse de Solón, Safo y Alceo,
pues no cabe duda de que los tres pertenecen a un mundo
irremediablemente localizado en el espacio y en el tiempo,
cada cual al suyo. Pero, a pesar de su enérgico arraigo en su
circunstancia social e histórica, tanto Solón como Safo y A lceo presentan ya los primeros rasgos del internacionalismo,
por no decir cosmopolitismo, singularizador del individuo,
que va a imponerse en los poetas de la última generación.
De hecho, la individualidad de esos poetas intermedios, no
menos que el modo como cada uno de ellos se deja envolver en su medio social, es el tema de su poesía. Solón es, sin
36 INTRODUCCIÓN
duda, el ateniense; pero vivió con un pie fuera de Atenas, y
tal vez gracias a ello con la mitad de su alma enajenada:
como ha observado bellamente Gerald F. Else (en The origins and early form o f Greek tragedy, Cambridge, Mass. : Harvard U. P., 1965), Solón se distingue por su capacidad de
verse a sí mismo desde fuera y exento de su circunstancia.
Él es el primer político que se nos presenta con la conciencia viva de su propia figura pública; no se ve, pues, simplemente como un ateniense entre los demás, sino como la encarnación de una justicia y un orden sociales a la vez ideales
e incorporados en Atenas por su mediación. En cuanto a
Safo y Alceo, tampoco su mundo se reduce al círculo local
de Mitilene y Lesbos. Para Safo, Sardis y Egipto cuentan a
veces tanto como pueda importar su circunstancia inmediata, y ésta no importa sino en la medida en que en ella encuentra Safo su propio reflejo. Y Alceo está ya inmerso en el
curso histórico que desemboca en un Alcibiades, para
quien la patria y el propio poder se identifican, lo cual significa que a sus ojos la patria deja de serlo cuando escapa a su
presa, y en su lugar se establece la instancia de cualquier facción política o alianza ocasional fundada en la ambición de
poder.
Pero, ¿de dónde son íbico, Jenófanes, Anacreonte, Simonides? Nadie lo sabe; o, mejor dicho, el saberlo a nadie le
importa. D e hecho, pertenecen a cualquier lugar; en el m ejor de los casos, a todo el mundo griego, por el que llevan
una vida errante. Siguen siendo individuos, por lo menos
los tres primeros ; pero nada más. En cuanto a Simónides, ya
presenta los rasgos impersonales, los rasgos del poeta oficial, bajo los cuales se nos oculta, en la generación siguiente,
Píndaro, cuya individualidad, secreta y sublime, apenas se
adivina bajo el fulgor radiante de su aureola de Poeta. (El
lector podrá hacerse una idea de la enorme novedad que representa Píndaro con relación a la poesía precedente con
INTRODUCCIÓN 37
sólo que compare la obra de nuestros poetas más tempranos con la Primera Oda Pítica, cuya traducción he incluido
aquí en un apéndice: tal vez no sea aventurado decir que entre Arquíloco y Píndaro se observa la misma distancia que
entre nuestro Arcipreste de Hita y Góngora; y sugiero al lector que se tome muy en serio el paralelo.)
En Píndaro, en efecto, el individualismo que imprime su
sello característico sobre la última generación de poetas del
siglo vi a. C. se transmuta en algo nuevo que representa un
profundo cambio cualitativo: la absoluta exención de la
poesía de toda circunstancia, excepto en la medida en que el
poeta explota para sus propios fines la herencia cultural de
que dispone, indiscriminadamente y sin limitación alguna.
Con ello el progresivo desarraigo del poeta de su circunstancia social original, que había desembocado en el referido individualismo, viene a culminar en un nuevo arraigo de la
poesía en el alma del poeta, en su genio inspirado y autosuficiente, desdeñoso de todo lo que le rodea y afirmado en su
propio fundamento. En este sentido Píndaro es tan moderno como Calimaco, por muy grande que resulte la aparente diferencia entre el sublime hermetismo del primero y
la pulida fragilidad del último. Lo que distingue a Píndaro
es la cualidad y la intensidad de su arrebato visionario, pero
no faltan indicios de que Calimaco llegó también a tomarse
muy en serio como poeta y de que, no menos que Píndaro,
escribió esperando concillarse el favor no sólo de los poderosos de la tierra sino también, de algún modo, el de los poderes divinos. (Si podemos comparar a Píndaro con Góngora, no cabe duda de que el homólogo de Calimaco es Mallarmé. Y es curioso observar que en Mallarmé, lo mismo
que en otros poetas contemporáneos, tales Yeats, Rilke y
nuestro Juan Ramón Jiménez, la magia verbal está tocada
de ritualismo religioso, de un modo que inevitablemente
nos recuerda el modo como en sus Himnos Calimaco trata
38 INTRODUCCIÓN
de explotar con fines poéticos las asociaciones misteriosas de todo un conjunto de referencias a prácticas y creencias religiosas marginales si no puramente fantásticas.)
La modernidad de Píndaro, que lo equipara a Calimaco,
estriba, pues, en el hecho de que en él, por primera vez, la
poesía aparece libre de toda referencia a nada que no sea
ella misma como objeto absoluto. Gracias a ello también la
figura del poeta adquiere la cualidad nueva de sujeto absoluto, libre de todo condicionamiento empírico, excepto, repito, en la medida en que toda la herencia cultural de que el
«yo» empírico del poeta dispone le proporciona la materia a
explotar al servicio de su hazaña ideal.
El arcaísmo de nuestros poetas estriba, en cambio, en su
candor fundamental y en su básica honestidad; o, dicho con
más precisión, en el hecho de que, según ya hemos visto, su
poesía esté siempre puesta al servicio de un efecto determinado, patético o irrisorio, agradable o revulsivo, en la acción
o en la reflexión; efecto que, notémoslo, puede estar fundado lo mismo en meros recursos formales que en los usuales recursos temáticos. Hemos visto ya cómo opera Calino
con sentimientos e ideas de importe real, buscando inspirar
en sus oyentes una actitud fundada en la reflexión y que
debe resultar en la acción. Pero no de otro modo, aunque
sea con medios y fines diferentes, opera Anacreonte, en el fr.
355, cuando recurre a esquemas ternarios (en la primera, tercera y última estrofas), a simetrías de importe puramente
formal, buscando obtener sobre sus oyentes un efecto fundado en el mero agrado, efecto que se sobrepone, sin fundirse necesariamente con él, a cualquier otro efecto que se
busque en el poema.
Lo cual no significa, ni mucho menos, que debamos interpretar los referidos candor y honestidad en el sentido de
la espontaneidad y originalidad en la invención de los recursos poéticos empleados que esperamos de los poetas m o
INTRODUCCIÓN 39
dernos y que tal vez estemos dispuestos también a atribuir a
los poetas primitivos. De hecho, para seguir con Calino y
Anacreonte, tanto los sentimientos e ideas con que opera el
primero como el esquema con que juega el segundo son «tópicos» dentro de su tradición. Calino explota desde el principio al fin las reminiscencias homéricas, no sólo en las ideas
o sentimientos, sino en multitud de fórmulas expresivas. Y
el esquema ternario de Anacreonte aparece igualmente en
Mimnermo (fr. 10, v. 3), Solón (fr. 35, vv. 4 y 9s.) y Alceo (fr.
312, vv. 4-7), y en el mismo Anacreonte también en los fragmentos 330, 360 (vv. 1-4) y 361 (w . 1-2).
Lo que hacen ambos, lo mismo Calino que Anacreonte,
es usar los recursos expresivos de que disponen, y que tienen un carácter tan tradicional y convencional como la lengua misma que emplean, con fines determinados y buscando efectos específicos. Esto está de acuerdo con el hecho
de que su poesía, lo mismo que la de todos nuestros poetas,
sea, como ya sabemos, literalmente un instrumento de comunicación (lo que sea, además, como poesía no altera ese
hecho fundamental). Com o tal, tiene una función expresiva,
representativa y apelativa real y no solamente presunta y fingida. De ahí el candor y la honestidad que la caracterizan.
Pero sus rasgos convencionales y tradicionales, su esquematismo y formalismo no son menos esenciales y evidentes. La
individualidad de cada poeta está fundada en la relación
que él establece con su mundo real, no en la singularidad de
los rasgos de su obra. Tampoco se funda el valor de su poesía, como el de la de los poetas modernos, en las cualidades
visionarias del mundo ficticio evocado en ella, sino en la entereza, oportunidad, relevancia y fuerza de atracción con
que el poeta se expresa en la circunstancia del caso y con relación a la misma. Siendo esto así es evidente que la procedencia de los recursos expresivos del poeta no tiene ninguna importancia: el poeta los usa en tanto que pertenecen
4o INTRODUCCIÓN
a los instrumentos de su oficio, acopiados y refinados por la
tradición en la que se inserta, sin ulterior pretensión.
Con ello tal vez nos encontremos, de todos modos, ante
una nueva paradoja: esa poesía, cuyo candor y honestidad
acabamos de subrayar, es, al propio tiempo, desde el punto
de vista de nuestros prejuicios, radicalmente insincera, en la
medida en que es esencialmente derivativa e imitativa. Pero
además ocurre que ni siquiera tenemos seguridad acerca de
la identidad real entre el «yo» empírico del poeta y el «yo»
que se nos exhibe, se mueve y actúa en su poesía, por más
que debamos descartar de raíz todo intento de hacer de éste
un «yo» ideal. Ya me he referido al problema que presentan
en ese sentido los fragmentos de Alemán. Recientemente,
el mismo problema se ha planteado con relación a Arquíloco (cf. K. J. Dover, «The poetry o f Archilochos», en Archiloque, op. cit., pp. 181-212, y la interesante discusión que sigue).
Es un problema en cuya consideración detallada, sin embargo, no podemos entrar aquí. Me limito a sugerir que su
solución tal vez deba encontrarse en la dirección de lo indicado para los poetas medievales por Leo Spitzer (cf. su breve
«Note on the poetic and the empirical T in medieval authors», en Romanische Literaturstudien, 1936-1956, Tubinga:
M. Niemeyer, 1959, pp. 100-112); o,yendo más allá de Spitzer,
tal vez todo estribe en reconocer, lo mismo para nuestros
poetas que para los poetas medievales, la precedencia de los
fines buscados por el poeta y los efectos que éste espera ejercer en su auditorio sobre sus propias urgencias expresivas
individuales en el anacrónico sentido subjetivo introducido
por los modernos.
En cualquier caso, la paradoja en cuestión no tendrá por
qué soliviantarnos si nosotros, como lectores, procedemos
con nuestros poetas con el mismo candor y honestidad con
que ellos se presentan ante nosotros y los aceptamos en su
valor superficial, tal como ellos se nos ofrecen, concedién-
INTRODUCCIÓN 41
doles sin reservas todos los derechos que ellos desde el principio se han tomado. Su poesía tiene gracia, pasión, humor y
profunda seriedad: es una imagen completa del lado bueno
de la vida. Como tal nos importa y nos reclama. El lector
hará bien, creo, en prestarle su atención.
IV.
En mis versiones he seguido el texto que presentan las ediciones enumeradas a continuación.
Para Calino, Tirteo, Solón, Mimnermo y Jenófanes:
Ernestus D iehl,QÚ.,Anthologia lyrica Graeca,fase. 1: Poetae elegiaci, Leipzig: Teubner, 19543.
Para Arquíloco y Semónides:
Ernestus Diehl, ed., Anthologia lyrica Graeca, fase. 3:
Iamborum scriptores, Leipzig: Teubner, 19543.
Para Alemán, Estesícoro, íbico, Anacreonte y Simonides:
D. L. Page, éd., Poetae melici Graeci, Oxford: Clarendon
Press, 1962.
Para Safo y Alceo:
Edgar Lobel & Denys Page, edd., Poetarum Lesbiorum
fragmenta, Oxford: Clarendon Press, 1955.
Además, me han sido de utilidad fundamental las siguientes ediciones y comentarios:
Archiloque: Fragments, texte établi par François Lasserre,
traduit et commenté par André Bonnard, Paris: Belles Lettres, 1958. Collection des Universités de France.
Alcmane: Iframmenti, testo critico, traduzione, commentario a cura di Antonio Garzya, Nápoles: Viti, 1954. Hermes,
Collana di Testi Antichi, 4.
Denys L. Pag e, Alemán: The partheneion, Oxford: Clarendon Press, 1951.
IN T R O D U C C IÓ N
Denys Page, Sappho and Alcaeus. An introduction to the
study o f ancient Lesbian poetry, Oxford: Clarendon Press,
1955·
Bruno Gentili, Anacreon, Roma: Ateneo, 1958. Lyricorum Graecorum quae exstant, III, 3.
C. M. Bowra, Greek lyric poetry, from Aleman to Simonides, Oxford: Clarendon Press, 19612.
Por último, el texto del poema de Píndaro que figura en
el Apéndice es el preparado por Aim é Puech para la Collection des Universités de France.
Dedico esta obra a Miriam Sang, por la razón que ella sabe,
y a las Am azonas, por razones que sin duda ellas no ignoran.
De ser preciso, les diría, tomándole a Safo prestadas mis palabras: τα'ις κάλαισιν ύμμι νόημμα τώμον ού διάμειπτον (fr.
41 L-P).
Y que el lector me perdone si, antes de acabar su lectura,se ve en la necesidad de exclamar, con Anacreonte (fr. 383):
κοίμισον δέ, Ζεϋ, σόλοικον φθόγγον!
J.F.
Edmonton, mayo 1966